lunes, 6 de junio de 2016

Eloy Alfaro Delgado


 ELOY  ALFARO DELGADO

El Laicismo detonó los hitos más fuertes del cambio, gestado en las más diversas esferas del mundo, es el pensamiento filosófico-político que se dejó sentir con énfasis en las postrimerías del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, cuando nuestro país vivía una teocracia llevada tras el concordato a un clericalismo asfixiante, por ello este movimiento que tuvo una gran repercusión en la sociedad, en la configuración de un nuevo sistema de valores, que inciden en el manejo de la cuestión pública, de la función social aislada de la visión dogmática y fundamentalista dada por la iglesia, enajenándola de la influencia religiosa y del monaquismo, deslindando a la iglesia del Estado; lo divino de lo terreno.


El laicismo en su momento histórico abrió todos los canales de interacción entre los diferentes actores sociales y se ubicó en el contexto de sus demandas, en la búsqueda de un estado soberano, progresista y democrático, gestándose como imperativo el ejercicio de una ciudadanía plena y justa, como la prolongación de un proceso emancipador que va de lo individual a lo social. Como un rechazo a la exclusión social, filosófica, religiosa, política, ideológica y laboral. Entrelazándose a la práctica de la democracia, configurando en un momento una “ utopía laica”, que trasciende a la conquista de la emancipación, reposando en la reafirmación de los derechos del ser humano.


La masonería es una actitud ante la vida, creemos en el estudio, investigación y difusión del conocimiento como vanguardia del pensamiento estratégico contemporáneo nacional, planteamosacciones y propuestas pro-activas a la solución de los graves problemas que afectan a la sociedad; proceso en el que estamos llamados a ser formadores de talentos humanos con liderazgo, innovadores, productivos y comprometidos con el cambio político, económico, social, ambiental, tecnológico y cultural de la sociedad, sustentados en la investigación y estudio de la realidad.

ALFARO Y LA LIBERTAD DE CONCIENCIA

La historia comparativa depara siempre insospechadas analogías, las que se suceden por cuanto los seres humanos como conjuntos sociales configuramos respuestas similares, ante situaciones sociales y políticas análogas. Por ello, es bueno conocer que  la cúpula de la iglesia católica, ante un cambio inminente que afectaría su poder asumió posiciones frente a la revolución liberal de 1895.

Durante la revolución liberal comandada por Eloy Alfaro, la jerarquía de la Iglesia Católica, los obispos del Ecuador, encabezados por el obispo de origen alemán Pedro Schumacher, afirmaban: “Hoy el liberalismo es el error capital de las inteligencias y la pasión dominante en nuestro siglo; forma él una como atmósfera infecta que envuelve dondequiera el mundo político y religioso, y es el peligro supremo de la sociedad y del individuo. Enemigo gratuito, injusto y cruel de la Iglesia Católica, hacina en loco desvarío todos los elementos de su destrucción y muerte para proscribirla de la tierra, falsea las ideas, corrompe los juicios, adultera las conciencias, enerva los caracteres, enciende las pasiones, avasalla los gobernantes, subleva a los gobernados, y no contento con extinguir, inconsciente e infatigable nada, como león rugiente, alrededor de todos los pueblos y naciones buscando a quien devorar”.   

Posición que sólo se explica por la clara conciencia que tenían entonces que la aprobación de un nuevo texto constitucional permitía el avance de todo proceso revolucionario o transformador, cuando aquel contiene normas que contrarían el statu quo. Tal fue el caso de la revolución alfarista, la que a través de las constituciones de 1882, 1897 y de 1906, sentó las bases que permitieron avanzar en la revolución liberal que terminó por afectar al poder conservador, terrateniente y feudal imperante a esa fecha, y, consecuentemente al poder económico y político de la iglesia, aliada incondicional de los conservadores y de sus sistema de dominación feudal.

Hay que ubicar a Alfaro en su verdadero andarivel ideológico. Como ciudadano se adhirió a las tesis que en ese entonces tenían una fuerte tendencia a nivel mundial y que triunfaron en Europa con la revolución francesa de 1789, aquello explica que Alfaro haya sido un activista, un creyente del imperio del derecho y de la ley y entendió muy bien que sin ellos son imposibles el ejercicio de la libertad, ni la igualdad jurídica de las personas, dentro de una sociedad, ni mucho menos intentar un país fraterno en función de los más elevados intereses colectivos; no tuvo dudas en sus profundas convicciones democráticas ni que la ley es el instrumento idóneo para la solución de conflictos interpersonales o de las personas con las instituciones.

El haber asumido como parte de su vida los postulados de la revolución francesa lo hicieron líder y estadista, fruto de su esforzada y disciplinada educación siendo además un gran autodidacta lo que le otorgó una nueva y amplia visión de la realidad nacional y mundial.

Analizó y comprendió a cabalidad que el ejercicio de la actividad política requería el soporte de una agrupación de ciudadanos organizada y fomentada con similares ideas que pretendieron convertir sus acciones militares en las doctrinas democráticas de las que era un convencido. 

Su profunda sensibilidad social y humana le hacían gratificante su sacrificio personal y de sus bienes en beneficio de la colectividad y las causas del Estado. Fue un buen político, no fue amigo de la figuración vanidosa y menos un ambicioso canalla capaz de atropellar principios para captar el poder o enriquecerse usándolo.

Alfaro, hombre de pequeña estatura pero de visión de largo alcance, cuya formación paterna, familiar y masónica quedó impresa para trascender y marcar todas las acciones de su vida, tuvo visión, esa fue la fuente de su enorme fuerza, la energía que talló en el granito de su personalidad todo el coraje y humanismo, creencias y convicciones, valores éticos y morales que exhibió durante su existencia. 

Era un ciudadano en toda la extensión de la palabra, cuyo pensamiento, conducta y palabras eran firmes y sin temor de expresar frases como: “lamentablemente las personas generosas se convierten a veces en cómplices punibles de su propia generosidad para con los pícaros”, o “Esperar recompensas al hacer el bien a otros, es tener decepciones horrorosas”.

Alfaro, fue un humanista sin discusión alguna. Dirigió todo su accionar y energía para favorecer al total de la población, en particular a los desposeídos. Pasó su vida buscando la justicia y la felicidad para los ecuatorianos sin distingo de clases, deseaba ante todo y sobre todo que prevaleciera el bien común. 

Fue católico, pero no un santo, no le tembló la mano cuando sabía que en jornada de batalla, a veces, los prisioneros son una carga pesada. Una ardua lucha que duraría 31 años empezó  el 5 de junio de 1864, junto a Manuel Tomás Maldonado, cuando García Moreno intentaba convertir al país en protectorado francés, a partir de entonces, en diferentes años que debemos recordar, 1865, 1875, 1876, 1877, 1878, 1879, 1882, 1883, de 1884 a 1888 enmarcan periodos de grandes sacrificios y cruentas contiendas. Tiempos en que cayeron Luis Vargas Torres, Nicolás Infante, Crispín Cerezo, su hermano y miles de montubios montoneros. Tras una tregua durante el gobierno de Antonio Flores Jijón, en su nombre se reinició la revolución en Manabí y el 5 de mayo de 1895, fecha en que Chone se consagró como ciudad liberal y heroica, sus seguidores lo proclamaron como Jefe Supremo. El 5 de junio de ese año gracias al pronunciamiento de Guayaquil, que lo ratificó como cabeza del Estado, las acciones militares culminaron en la Costa. En pocos meses logró estructurar el ejército revolucionario, y empezó la marcha hacia Quito. El 23 de agosto de 1896 alcanzó el triunfo en Gatazo y con este culminó la lucha armada por implantar el liberalismo en nuestro país.

Decía Alfaro a sus militantes: “Los partidos doctrinarios nacen y luchan por la moralidad política y por el anhelo vivísimo de perfeccionamiento de las instituciones patrias; pero no toleran jamás Gobiernos que, por negocios y conveniencias privadas, se forman con personal híbrido. No olvidemos que en todas las naciones de América, en donde aún precariamente ha imperado el deslayado acomodamiento a que me refiero, con la desmoralización política, ha traído siempre consigo la corrupción o ruina de los pueblos.

Alfaro, tenía claro que la ignorancia o el desconocimiento son los principales aliados de la confusión y falta de conciencia de quienes forman parte de una sociedad o habitan un determinado territorio. Fue así que estableció como principio que la educación fuese laica, libre a fin de desterrar del país el esquema de la educación religiosa, dogmática sectaria y excluyente que primaba en todo el territorio.

Estaba consciente que una educación adecuada y de calidad era la vía para alcanzar la transformación que demandaba la patria, ello lo llevó a crear nuevos institutos normales, para formar maestros con una nueva mentalidad, democratizar la educación pública y militar para sepultar toda manifestación de mediocridad y sectarismo, implantó el reconocimiento de oportunidades a la mujer, con lo cual la práctica pedagógica pudo contar con maestras y maestros formados capaces de inculcar en los niños y jóvenes los valores éticos y morales como herramientas para formar una ciudadanía activa y responsable.

Moralista a carta cabal, decía: “Donde impera la corrupción y el robo, es imposible la República”… “Deberle un favor a un pícaro generoso es la peor desgracia que le puede suceder a un hombre de bien”.

Alfaro fue católico creyente, pero conocedor de los resquicios tenebrosos del poder del clero y de actitudes poco cristianas que existían en las sotanas de entonces, decía al respecto: “Entre el patriotismo y el fanatismo (religioso) existe la misma diferencia que hay entre la inteligencia que alumbra permanentemente el camino de la vida y el rayo que la alumbra intensamente un momento pero que la extermina”.

Eloy Alfaro no claudicó, fue presa de su entrega y confianza en la lealtad de muchos que prefirieron darle elasticidad a su ética. En su último regreso al Ecuador no quiso ni la Presidencia ni el poder, se presentó como mediador y fue traicionado, eso permitió su masacre y la de sus compañeros, sobre la cual existe el testimonio de una carta de un ciudadano extranjero a sus amigos  el Dr. Demetrio Rodríguez y Juan Clímaco Rivera, residentes en Popayán, misiva de fecha 18 de febrero de 1912 y en uno de sus extractos se dice: “Todo se hizo al grito siniestro  de ¡viva la religión! ¡mueran los masones!. En este día memorable de orgía frailuna, se registran detalles espantosos, que parecen inventados por la fantasía de un fraile infernal, pero que son la verdad pura y palpitante de espantoso salvajismo. No me atrevo siquiera a narrarlos, porque causan terror, vergüenza, indignación sin límites al considerar éste grado de perversidad humana. Una canilla y un pie de don Eloy los tiene un amigo leal del difunto, porque él pudo arrancarlos a los perros que mataban con ellos el hambre en el llano. El brazo derecho del viejo guerrero lo compró en un sucre un extranjero, después que había sido tostado por las llamas: ¡el mismo brazo que manejó una espada que le hace honor a esta patria y que firmó leyes y decretos que constituyen la jurisprudencia liberal de un pueblo”.

La historia documental ecuatoriana tiene una mentira  que consta – oprobiosamente – en la partida de defunción del más grande de los patriotas, en aquel documento archivado en el Registro Civil Ecuatoriano, existe un documento que dice: “ causa de la muerte: asesinado por el pueblo”.

Nada es más alejado de la verdad que esa constancia.

JOSE ELOY ALFARO DELGADO, durante su vida con su ejemplo abonó muchísimas lecciones de honor, humanidad, compasión, responsabilidad y compromiso con los grandes intereses de la república;  no dudó en sacrificar su posición económica y social para entregarse a la lucha revolucionaria.

El pueblo de Quito y del Ecuador no solo aplaudieron sus propuestas y apoyaron sus acciones, junto a él fueron los protagonistas del cambió más radical en el manejo del Estado.
Su martirio y asesinato, frutos de la traición de unos cuantos interesados en que primen sus privilegios, no puede ni debe asignárselos al pueblo.

El señor General José Eloy Alfaro Delgado es el gran revolucionario de Montecristi, sus principios, sus valores y su luz no se han desvanecido, al contrario su lumbre nos permite tener – como Nación – la visión necesaria para transitar por los duros caminos que enfrenta la Patria.

ARTURO CABRERA PEÑAHERRERA
M:.M:.

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